15 sept 2011

Caos En El País Más Feliz: La Gran Fuga




En pleno Siglo XXI la humanidad había logrando avances tecnológicos increíbles que le habían permitido establecer comunicación entre dos puntos remotos del planeta casi de manera instantánea. Enfermedades y lesiones muy graves podían ser tratadas mediante una medicina muy avanzada, las noches estaban iluminadas por luz artificial y el ser humano había logrado salir al espacio al exterior y sumergirse en las profundidades de los océanos. La tecnología no era perfecta pero cada día avanzaba más y le facilitaba las tareas al ser humano considerablemente.

Sin embargo, en América había un pequeño país que no se preocupaba en absoluto por la ciencia ni por la tecnología, se conformaba con tener el título de “país más feliz del mundo”. La mayoría de ciudadanos de este país conservaban y respetaban mucho sus tradiciones. Una tradición muy importante era “ponerle buena cara al mal tiempo”, y entonces los ciudadanos de este país se burlaban de sus propios defectos y reían mucho, y celebraban recordando historias románticas mientras olvidaban crueles realidades.

Muchas mujeres de dicho país eran reconocidas internacionalmente por su amor a lo verde, y no al verde de la naturaleza sino al verde de los dólares. Los hombres de dicho país eran reconocidos en todo el mundo por su apego a la tradición de “montarse en la carreta” (ingerir licor durante varios días seguidos). Generalmente los hombres y mujeres de dicho país no se esforzaban mucho por mejorar, pero las mujeres se sentían más hermosas cuando una modelo hacia un buen papel en un concurso de belleza, y los hombres se sentían campeones cuando la selección nacional de fútbol pasaba a la siguiente ronda de un torneo (porque nunca en la historia había ganado alguno importante).

La mayoría de habitantes de dicho país aseguraban tener un único dios, pero en realidad casi todos tenían dos. A uno le llamaban Dios y le pedían mucha salud, suerte en el amor, suerte en la vida y en todos los proyectos, le pedían y pedían pero nunca hacían nada por él. También tenían otro dios llamado dinero, por el cual a veces trabajaban como bestias sin descansar, a veces traicionaban a un amigo y “le amarraban el perro” y otras veces eran capaces de robar o matar a un desconocido.

Los habitantes del país más feliz del mundo no sabían mucho sobre sus dioses ni sobre el origen de los mismos, pero tenían mucha en fe en ellos, tanto en Dios como en el dinero. Tampoco sabían mucho sobre ciencia ni tecnología, pero gracias al dios dinero podían comprar vehículos para transportarse, televisores para entretenerse, reproductores para escuchar música, teléfonos celulares para comunicarse y armas de fuego para matarse entre ellos.

Los niños de ese país eran sometidos desde temprana edad a un sistema educativo que les enseñaba que la verdad era lo dicho por la autoridad, una fuente oficial o una persona de buena reputación. El sistema educativo eliminaba su iniciativa y pensamiento crítico, y les acostumbraba a memorizar, repetir y respetar las ordenes. Dicho sistema también funcionaba como un colador de personas, que dejaba pasar a las más obedientes y retenía a las más rebeldes, aunque algunos rebeldes inteligentes se colaban de vez en cuando.

A pesar de que los habitantes de ese país vivían muy felices, algunas veces se molestaban con los malos servicios y condiciones reales del país, y se enfurecían y se organizaban para realizar marchas y vigilias para solicitarle a algún responsable que hiciera algo al respecto. Habían tenido gobernantes muy incompetentes y corruptos durante mucho tiempo y habían llegado a una conclusión: los hombres eran malos y competitivos, pero las mujeres eran buenas y comprensivas. Por la razón anterior decidieron elegir a una mujer como presidente, que finalmente terminaría siendo igual que los hombres.

La gente de ese país era muy feliz y reía a carcajadas todos los días, pero también sufría enfermedades y accidentes, así que decidieron construir un hospital nuevo. Los gobernantes de dicho país no sabían de arquitectura ni de medicina, así que contrataron a una empresa privada para que levantara el edificio que sería el nuevo hospital y contrataron algunos médicos para que trabajaran en el mismo. La empresa privada finalizó la construcción del edificio que había financiado el gobierno central mediante un préstamo del Fondo Monetario Internacional. Los médicos estaban listos para comenzar a trabajar y el hospital estaba listo para abrir sus puertas. La prensa anunciaba la “buena noticia” y el pueblo brincaba de euforia.

En ese país existían también personas muy estudiadas y preparadas, que recomendaron al gobierno que algunos arquitectos e ingenieros revisaran el edificio antes de realizar la apertura del hospital. Los ingenieros hicieron las revisiones y detectaron que unos tubos que había utilizado la empresa constructora no podrían soportar la presión de agua que deberían tolerar en el futuro, así que recomendaron cambiarlos por tubos más gruesos y más resistentes. También encontraron otros tubos viejos que tenían pequeñas fugas y recomendaron repararlas. Sin embargo, el gobierno deseaba inaugurar el hospital y así lo hicieron, ignorando las recomendaciones científicas.

El hospital abrió sus puertas y la prensa hizo la cobertura de la inauguración, la euforia fue tanta que inclusive los ciudadanos sanos fueron a visitar el hospital y tomarle fotografías. Ese mismo día un hombre recibió un balazo a 4 kilómetros del hospital, y murió camino al hospital porque las presas y la gran cantidad de gente no dieron espacio a la ambulancia para que llegara a tiempo.

Todo iría muy bien con el nuevo hospital, pero en menos de un mes los pacientes y visitantes se darían cuenta de algo, todos los pisos estaban llenos de agua. Inmediatamente la prensa fue al hospital a filmar la evidencia de los pisos mojados y criticaron la gestión del gobierno. La gente no recordaba lo que habían dicho los científicos pero estaba muy enfurecida y molestada con el piso resbaladizo del nuevo hospital, por lo que convocaron a una vigilia en las afueras del mismo para solicitarle al gobierno que hiciera algo al respecto.

La prensa entrevistó a la mujer presidente del país más feliz del mundo y esta dijo: “queridos amigos y amigas, los ciudadanos de este hermoso país merecen lo mejor y les daremos lo mejor, en los próximos días me reuniré con algunos expertos para solucionar el problema”. Algunos ciudadanos confiaron en la mandataria, mientras que otros continuaron con las marchas y vigilias para protestar. En la reunión de “expertos” convocados por la mandataria, concluyeron que el hospital nuevo debía contar con 300 limpia-pisos con horarios rotativos, que se encargaran de mantener los pisos del hospital secos. Dicho proyecto sería financiado con un nuevo impuesto para el pueblo.

Todos seguían ignorando la solución científica: “remplazar la tubería dañada y reparar las fugas”, al tiempo que la presidencia de la República enviaba un proyecto de ley a la Asamblea Legislativa, explicando el proyecto de los 300 limpia-pisos y la necesidad del nuevo impuesto. El proyecto entraría en discusión en la Asamblea, y generaría un proceso seria largo y bochornoso, lleno de escándalos y discusiones entre miembros de los diferentes partidos políticos.

Los diputados de izquierda dirían que el impuesto lo deben pagar los más ricos, los diputados de centro dirían que el impuesto no lo debe pagar ni los de la clase rica que ofrecen empleos ni los de la clase pobre que necesitan ayuda, deben pagarlos los de la clase media. Los diputados de derecha dirían que no se deben cobrar más impuestos, sino privatizar el servicio de limpieza de piso así como el de salud. En medio de escándalos y bochinches, se aprobaría la ley y la clase media sería la única afectada por el nuevo impuesto.

Los 300 limpia-pisos serian contratados rápidamente, y muchos resultarían ser buenos amigos y grandes colaboradores de los miembros del gobierno de turno. El asunto marcharía bien por algún tiempo, pero de repente algunos empleados harían mal su trabajo, y de pura casualidad una persona entraría al hospital con sus zapatos llenos de barro generando un barrial, que de pura casualidad ocasionaría que una persona de la tercera edad resbalara y muriera producto del impacto. La prensa cubriría el evento y haría un escándalo por lo sucedido, diría que se debería encontrar al responsable y castigarlo.

Un “buen” abogado tomaría el caso de los familiares de la víctima, demandaría al Estado y obtendría una buena remuneración para la familia afectada y buenos honorarios para sí mismo por ganar el caso. Este abogado mejoraría su relación con el dios dinero, y pensaría que generar casos y conflictos por caídas en el piso mojado del hospital sería un excelente negocio, así que impulsaría un nuevo proyecto de ley para sancionar a quienes ingresaran con los zapatos o pies sucios al hospital.

Luego de varias marchas y vigilias, así como escándalos generados por la prensa nacional, los diputados accederían a proponer un proyecto para prohibir el ingreso al hospital con los zapatos o pies sucios, así como establecer una sanción monetaria para quien irrespetara la medida. Discutirían durante mucho tiempo sobre los montos de las multas, así como el uso que le darían al dinero recolectado con dichas multas, pero finalmente aprobarían el nuevo proyecto de ley, y sería sancionado económicamente quien entrara con los pies o zapatos sucios al hospital del eterno piso mojado.

De pronto un indigente adicto a la cocaína recibiría una puñalada poco profunda en su abdomen. Los ciudadanos le tendrían asco y las ambulancias no se acercarían a su zona a recogerle por temor, así que el indigente caminaría por su cuenta hasta el hospital. La costra de sus pies descalzos generaría otro barrial, y otra víctima resbalaría y caería, aunque en esta ocasión sin sufrir daños graves en su salud.

En otra ocasión un finquero de buena posición económica se cortaría el dedo usando su machete, y correría en su 4x4 lo más pronto posible al hospital. Para evitar perder sangre y perder su dedo, entraría con sus botas llenas de barro al hospital del eterno piso mojado, y la víctima de los tropiezos esta vez sería una mujer embarazada que perdería a su hijo por el accidente. La prensa haría un escándalo, y el pueblo se mostraría furioso, ellos pedirían leyes más duras contras los negligentes que entraran con los pies sucios al hospital, así como un castigo para el finquero “irresponsable”.

El abogado de la mujer embarazada que perdió su bebé presentaría una demanda contra el finquero, acusándolo por negligencia al haber entrado con los zapatos sucios al hospital. El finquero contraría un buen abogado que recordaría aquella vez que un indigente había ingresado al hospital descalzo, y presentaría un recurso de amparo, mediante el cual le solicitaría a la Sala Constitucional declarar inconstitucional la ley que prohibía y sancionaba el ingreso al hospital con pies o zapatos sucios, por considerar dicha ley discriminatoria y contraria al derecho de salud universal plasmado en un papel. El abogado ganaría el recurso de amparo y el juicio contra el finquero quedaría nulo.

Los políticos y ciudadanos probarían de todo, alfombras para limpiarse los pies, oficiales que revisaran los pies de las personas que ingresaban al hospital del agua eterna, cámaras de vigilancia, drenajes, pero nada funcionaría por mucho tiempo. El ciclo se repetiría una y otra vez, y los problemas nunca se resolvían. La gente se enojaba cuando sucedía algún accidente y se ponía alegre cuando encontraban y castigaban a algún responsable. Aquellos científicos que habían reconocido el origen del problema y habían planteado la solución nunca fueron escuchados por los políticos ni por el pueblo.

El Estado estaba empobrecido por remunerar a tantas familias por los accidentes, las cárceles y los juzgados estaban llenos, el pueblo estaba ahogado por los impuestos y amenazado por los más pobres que se habían lanzado a las calles a robar y asesinar para tratar de subsistir en el país más feliz del mundo, que ahora era un país miserable con pocos motivos para sonreír. Algunos se habían enriquecido vendiendo soluciones tontas al Estado y cobrando cifras infladas y exorbitantes por las mismas. Algunos políticos habían recibido buenas comisiones por comprar soluciones estúpidas a precios ridículos y ahora disfrutaban su fortuna paseando por el mundo desarrollado.

Un día llegaron al país más feliz del mundo unos ricachones que venían de otro continente. Esos ricachones ya habían vivido y sufrido mucho, y ahora querían retirarse y seguir ganando dinero fácil. Se dieron cuenta mediante los noticieros de la situación del hospital, contrataron a un grupo de ingenieros y les consultaron que tan costoso era resolver el problema. Los ingenieros comentaron que la solución al problema era muy sencilla, había que impedir que el agua se siguiera fugando de las tuberías, por lo que habría que reparar algunas fugas y sustituir algunos tubos en mal estado.

Los ricachones ofrecieron una suma modesta de dinero para comprar el hospital y ponerlo a funcionar como debía ser. Lo compraron, contrataron a los ingenieros y en cuestión de semanas el problema del “eterno piso mojado” estaba completamente resuelto. El pueblo se sorprendió mucho, pero no por el trabajo de los ingenieros que habían ofrecido la solución hace ya mucho tiempo, sino por el poder de los mejores súbditos del dios dinero para resolver problemas, los ricachones.

Los ricachones observaron la euforia de las masas y comenzaron a privatizar todos los servicios del país. El país más feliz del mundo ya no era propiedad de su gente, sino de los ricachones, ellos manejaban todo el país mediante un capacitado grupo de científicos e ingenieros que tenían las respuestas y las soluciones para la mayoría de problemas, aquellos que nunca antes fueron escuchados por nadie del país más feliz del mundo.

Y los ricachones alcanzaron tanto poder que compraron los medios de comunicación, los partidos políticos, las principales fuentes de empleo, recursos y energía, así como los mejores centros educativos. Los ricachones no podían entender como alguna gente pobre y sin dinero podía pedir clemencia y derechos sin servirles a ellos, y tuvieron mano dura contra los pobres, los ignorantes, los inútiles, los viejos y los enfermos.

El país más feliz del mundo no necesitaba políticos honestos, no necesitaba más impuestos ni más castigos para los infractores, no necesitaba más perros guardianes ni más inversión extranjera, tampoco necesitaba más protestas ni más vigilias. Lo que realmente necesitaba el país más feliz del mundo era tener ciudadanos capaces de discernir entre charlatanes y personas capaces, coherentes e inteligentes, lo que necesitaba el país más feliz del mundo era encarar sus problemas, encontrar el origen de los mismos y proponer y probar soluciones. Lo que necesitaba el país más feliz del mundo era contar con ciudadanos valientes, críticos y bien educados, capaces de tomar buenas decisiones e inclusive proponer soluciones.

Lo que necesitaba el país más feliz del mundo era dejar de buscar a quien castigar y echarle la culpa, y empezar a escuchar y entender a los que proponían soluciones funcionales. Lo que necesitaba el país más feliz del mundo era cerrar su gran fuga, no la del hospital del eterno piso mojado, sino la fuga de científicos, ingenieros y personas con iniciativa que nunca lograban alimentar al pueblo ni al Estado, sino que caían en manos de los ricachones que deseaban apoderarse del mundo.

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