Maestra de educación especial y escritora
Publicado:
19/08/2013 07:27 CEST Actualizado: 18/10/2013 11:12 CEST
Cuando estás viviendo una vida apretada, cada
minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas
pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y
no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas
tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al
día.
Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis
pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas,
melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento
interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.
Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña
relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.
Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella
estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona
con purpurina.
Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco
minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a
su peluche.
Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un
bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su
abuela.
Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería
que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.
Cuando tenía la agenda completa desde las seis de
la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.
Mi niña despreocupada fue un regalo para mi
personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando
tienes una vida apretada, tienes visión de túnel - solo ves el siguiente punto
en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de
tiempo.
Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me
decía a mí misma: "No tenemos tiempo para esto". Así que las dos
palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: "Date
prisa".
Empezaba mis frases con esas dos palabras.
Date prisa, vamos a llegar tarde.
Y las terminaba igual.
Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.
Comenzaba el día así.
Date prisa y cómete el desayuno.
Date prisa y vístete.
Terminaba el día de la misma forma.
Date prisa y lávate los dientes.
Date prisa y métete en la cama.
Y aunque las palabras "date prisa"
conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba
igualmente. Tal vez incluso más que las palabras "te quiero".
La verdad duele, pero la verdad cura... y me acerca
a la madre que quiero ser.
Entonces, un día trascendental, las cosas
cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del
coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le
dijo a su hermana: "Eres muy lenta". Y cuando se cruzó de brazos y
dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma - la visión fue
desgarradora.
Yo era una matona que empujaba y presionaba y
acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.
Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño
que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.
Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi
hija pequeña y le dije: "Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que
te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú".
Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas
por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo
inconfundible de validación y aceptación.
"Prometo ser más paciente a partir de
ahora", dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de
su madre.
Fue bastante fácil desterrar las palabras
"date prisa" de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir
la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos,
empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a
alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos
momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos
pocos años, mientras ella fuese pequeña.
Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda,
le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba
quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi
expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de
sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras
personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo
descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí
rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí
fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.
Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y
al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y
atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento
todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por
qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a
recordar.
Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante
las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic
para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.
De repente, una mirada de preocupación cruzó su
rostro. "¿Tengo que darme prisa, mamá?"
Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida
acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.
Mientras mi hija me miraba esperando a saber si
podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y
sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en
la vida... o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.
Elegí vivir el hoy.
"No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo",
le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los
hombros.
Y así estuvimos hablando de las cosas de las que
hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en
que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando
las vistas y sonidos que nos rodeaban.
Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita
cosa - pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que
quedaba de helado. "He guardado el último bocado para ti, mamá", me
dijo con orgullo.
Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de
que había hecho el negocio de mi vida.
Le di a mi hija un poco de tiempo ... y, a cambio,
ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor
llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.
Ya se trate de ...
Tomarse un helado
Coger flores
Ponerse el cinturón de seguridad
Batir huevos
Buscar conchas en la playa
Ver mariquitas y otros bichos
Pasear por la calle
No diré: "No tenemos tiempo para esto".
Porque básicamente estaría diciendo: "No tenemos tiempo para vivir".
Hacer una pausa para deleitarse con los placeres
simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.
(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del
mundo.)
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