“La vida de fe no consiste en tener las respuestas correctas, sino en que dichas respuestas sean las tuyas. No basta con saber, hay que estar cautivado. ”
Hebreos 11
Luego de tomar un examen realmente difícil y largo; dos personas obtuvieron, por mucho, la nota más alta. Tanto así, que llamó la atención del profesor y los invitó a pasar por su oficina para tener una pequeña plática en privado. Luego de elogiar el enorme desempeño de ambos, procedió a advertirles que sólo había algo más que añadir. Y era que ambos exámenes eran exactamente iguales, por lo que había procedido a darle “A” a uno y “F” al otro. El de la “F” se quejó y preguntó, “por qué si ambos exámenes son idénticos me da la “F” a mí y le da “A” al otro. No es justo”.-Bueno, dijo el profesor: – es que los dos exámenes son idénticos en todo, menos en una pregunta. En esa pregunta, el estudiante al que le di “A” escribió: “no sé la respuesta a esta pregunta”. Y usted escribió: “yo tampoco”.
La vida de fe no consiste en tener las respuestas correctas, sino en que dichas respuestas sean las tuyas. No basta con saber, hay que estar cautivado. El escritor de Hebreos toma este relato histórico escribiéndole a esta nación hebrea de personas que han abrazado la fe cristiana y les cuenta su historia. Les cuenta sus raíces. Les cuenta detalle por detalle la cosa que caracteriza a Israel. Y esta es, una vida caracterizada por la fe. Y los reta, este es el meollo del asunto, los reta a que esa sea su fe. Que sea la de ellos; ahora debe convertirse en su propia experiencia.
La vida de fe es una que no se conforma con menos que certezas y realidades. La vida de fe es una que se resiste a ir por un mundo tan peligroso, meramente a tientas. Es la vida de alguien que llega a admitir que no puede ni tiene en sí mismo lo que se necesita. Es la cruda y honesta admisión de mis límites, de mis incontables variables, de esa ecuación que es mi vida en el mundo real. Es la verdadera humildad de reconocer que no sé, ni veo tanto como típicamente se me concede, y es además la maravillosa realización basada en hechos concretos dentro de la historia, de que Dios es perfectamente confiable y capaz de salvar. Algo que desde siempre ha sido la intención de Dios. Él quiere que escuches su voz y que le eches un vistazo realmente profundo y minucioso a lo que Él ha estado haciendo para ganarse tu confianza. Específicamente persigue que le eches un profundo vistazo a Jesús y que decidas con los ojos bien abiertos si Él es o no, digno de toda tu confianza.
Decimos que la fe viene por el oír la Palabra de Dios y quiero insistir en esto, porque llevamos tanto tiempo escuchando una pseudo fe, escuchando muchas veces “esto es la fe”. Si usted oye la radio en este país, si no tiene cuidado puede verse en grave peligro. Use mucho discernimiento y seleccione bien. No deje de oírla, pero no se lo trague todo. Observe lo que dice y discierna, pregunte. De nuevo, la fe viene por el oír la Palabra de Dios. Quiere decir que uno escucha lo que Dios tiene que decir acerca de la situación humana y uno descubre que nadie ha descrito la verdadera condición del corazón humano como lo ha hecho Jesús; ni de cerca, y es cierto que no nos gusta su diagnóstico, pero es la verdad más evidente a la vista y a la experiencia de todos. Pero somos muy orgullosos para aceptar su diagnóstico así de buena gana. Algo en nosotros se resiste a conceder que somos tan malos como Dios dice, y ese algo se llama nuestra naturaleza pecaminosa. De hecho, a Israel le pasaba lo mismo. Tuvo 40 años en el desierto dando vueltas y Dios dice que hizo eso para que ellos se dieran cuenta de cómo eran en verdad. Y hay más de una razón por lo que están dando vueltas 40 años: desobediencia, poca fe, todo eso, pero créanme, Dios es soberano y Dios escribe derecho con la zurda. Dios sabe tomar nuestros errores y nuestras equivocaciones para hacer algo maravilloso y usó ese tiempo para decirles – Yo les voy a dar un real vistazo de quienes son ustedes. 40 años para que se dieran cuenta de cuán pecadores eran. Dios no toma atajos. El tiempo siempre es una función importante en lo que Dios está haciendo en tu vida. Y detrás de lo que Él está haciendo, la cosa que más quiere es que tú te veas como eres realmente. Nos ama lo suficiente como para eso.
Uno escucha a Dios tratando con cada uno de los cuatro temas que toda cosmovisión necesita abordar; origen, significado, moralidad y destino. Y uno puede comprobar que todo ello corresponde a la realidad, y cuán coherente es la cosmovisión bíblica, y eso dispara nuestra fe. La fe viene por el oír la Palabra de Dios, uno escucha a Dios, uno escucha sus argumentos, uno escucha lo que Él está tratando de decirnos y uno dice “todo el mundo sabe eso”. Es evidente, es obvio. Esta verdad del evangelio lo toca todo, es coherente. No dice una cosa acá y allá dice otra que es completamente lo contrario. Sí que hay paradojas en la fe cristiana. Y una paradoja es algo que parece contradecirse, parece, pero no se contradice. Cuando lo ves más de cerca dices, ah ahora lo veo, es coherente, y corresponde a la realidad. Eso hace que la fe de nosotros crezca. La fe cristiana no es cerrar los ojos, es abrir los ojos. La fe cristiana no es, esto es un disparate pero lo voy a creer. No, la fe cristiana es escuchar el argumento de Dios, escuchar lo que Dios tiene que decir y quedar convencido, especialmente ante lo imposible de creer de todo lo que las demás cosmovisiones están diciendo.
Quiere decir que no es algo que hacemos porque es políticamente correcto hacerlo, ir a la iglesia, orar, etc., sino porque esas palabras de Dios han calado hasta el mismísimo asiento de nuestra noción más concreta de la realidad y hemos quedado convencidos de la verdad de Jesús. Al punto que, Él ha llegado a ser nuestro único no-negociable, y eso informa todo lo demás.
Esta gente a la que escribe el autor de Hebreos, estaba considerando la idea de regresar al judaísmo, abandonando su fe en Cristo porque estaban siendo perseguidos debido a ella. Pero este escritor quiere ayudarles a reconocer que después de todo, esa venerable herencia de héroes de la nación judía era esencialmente el mejor ejemplo del principal postulado del cristianismo, entiéndase que el justo por la fe vivirá. Quiere decir que cada uno de sus actos legendarios no eran sino el obvio resultado de aquello que realmente había distinguido sus vidas, su fe. La clave de sus vidas fue la fe. No fueron sus buenas obras, no fue lo increíble y monumental que hicieron, fue más bien que le creyeron a Dios. Si Dios no les hubiera hablado, ellos no habrían sido quienes fueron. Dios les habló primero. Ellos creyeron lo que Dios dijo. Estaban convencidos al punto que correspondieron a eso. Lo hicieron, lo que significa que entendieron. Construye un barco porque va a llover mucho, y se construyó un gran barco. Es cierto, va a llover mucho, hay que construir el barco.
La fe bíblica siempre es nuestra obediente respuesta a lo que Dios ha dicho. Por lo que la fe viene a ser la clave de nuestras vidas.
Preste atención a esto, en cierto sentido fe bíblica no es la certeza de algo que se espera. Es más bien la certeza de que Dios llevará a cabo lo que Él ha prometido. Nosotros tomamos ese versículo en el Capítulo 11 de Hebreos y concluimos que la fe es una actitud que por sí misma consigue producir cierto resultado o una manera de pensar que se convence de que algo va a pasar, o sea que tengo que convencerme, imaginarlo, visualizarlo, ver hasta el color, como decía David Yonggi Cho en su famoso libro de la cuarta dimensión sobre la oración. Tengo que visualizarlo, creerlo, profesarlo, confesarlo y va a pasar. Pero entienda bien, si Dios no ha dicho nada al respecto, eso no es fe bíblica.
La fe es la certeza de que Dios cumplirá sus promesas. La fe es la seguridad de que lo que Dios ha dicho, y porque Dios lo ha dicho, es verdad. La fe bíblica siempre viene después de lo que Dios ha dicho. La fe bíblica no es esperar que pase lo que se nos antoje, sino que pase lo que Dios ha dicho que hará. La fe es la certeza de que se cumplirá lo que Dios ha prometido. Es estar plenamente convencido de que lo que Dios ha dicho es verdad, aunque no pueda verlo con mis propios ojos. Y esa certeza, y ese pleno convencimiento, producen y motivan nuestras acciones concretas y sentimientos. Por supuesto que sí, afecta la emoción. Afecta el sentimiento y afecta nuestra conducta. Si yo llego a convencerme de que esto es verdad, necesariamente producirá algo en mi emoción y producirá algo en mi acción.
Lo podemos ver en Abel, y tenemos testimonio amplio de eso en la Escritura. Abel supo, por medio de lo que Dios le informó, la verdad acerca de su pecaminosidad. Y también supo la clase de sacrificio de debía ofrecer, y le creyó a Dios. La primera cosa que necesitamos creerle a Dios es lo que Dios dice acerca de nosotros y nuestro pecado. Eso fue exactamente lo que no hizo Caín. Dios le dio a Caín una instrucción casi sin paralelo acerca del tema de su pecado, pero Caín no la aceptó, y por eso Dios no pudo aceptar a Caín y a su ofrenda. Eso hizo que Caín, dice Génesis, se enojara mucho. Se veía decaído. El texto dice en Génesis “¿por qué estás tan enojado?”, preguntó el Señor a Caín. ¿Por qué te ves tan decaído? Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto entonces ten cuidado, el pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte. Pero tú debes dominarlo y ser su amo”. Note bien, el pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte.
Este es Dios hablándole a Caín acerca de lo que el pecado es y de su condición como pecador. Es bien interesante porque la metáfora es la de una bestia salvaje salivando con la idea de devorarnos. Esa es la teología bíblica, acerca del pecado, al menos en parte. Dios dice que nuestra condición es esa. Nuestra pecaminosidad es como un león que está a la puerta de tu casa salivando con la idea de comerte. Es gráfico, ¿no? Si le creemos a Dios, andaremos como Abel y no como Caín. Y eso fue lo que Abel hizo. Dios lo dijo, y Abel le creyó. Y Dios dijo que la única manera de lidiar con esto es cierta clase de sacrificio. Y sin entender bien, aun cuando es mucho más grotesca la imagen de un animal degollado que la de un altar lleno de bellas y pulposas frutas, Abel creyó no obstante, que ése era el único sacrificio adecuado, y él lo ofreció. Abel, sin entender bien el asunto, hizo lo que Dios le pidió, porque creyó. No así Caín.
De pronto, no se trata de que Caín no creyera que Dios existía. Él lo sabía. No se trataba de que no creyera en Dios, sino de que no le creyó a Dios. Se resistía a aceptar su verdadera condición porque no deseaba que así fuera. No quería admitir la verdad sobre sí mismo. Y eso no ha cambiado. Una vez mata a su hermano y Dios llega a él para tratar con el asunto, Caín responde, “mi castigo es demasiado grande para soportarlo”. Es interesante porque en el original, la versión puede traducirse así: “mi pecado”. Y en el contexto ambas cosas son muy posibles y, de hecho, ambas están ligadas. “Mi castigo, mi pecado, es demasiado grande para soportarlo”. Alberto Benjamín Simpson, a quien Dios usó para iniciar este movimiento misionero que es la Alianza Cristiana y Misionera, dijo: “Primero el diablo intenta convencerte de que no eres pecador o que no eres tan pecador, pero luego que dicha farsa no puede sostenerse, entonces intenta convencerte de que no hay perdón para tu pecado”. ¡Que interesante! ¿Verdad? No eres pecador, o no eres tan pecador y luego, no hay perdón para tu pecado. Pero Dios dice, sí, eres pecador, y si, hay perdón para tu pecado.
La fe, da por hecho lo que Dios dice y promete, punto. De nuevo, porque Dios nos ha dado razones suficientes para confiar en Él. Porque Él se ha ganado nuestra plena confianza.
Enoc es un personaje sumamente interesante. Y es que además se nos informa que evade la muerte física del todo, y eso nos gusta y nos atrae, ¿no es cierto? No pasó por la funeraria, no pasó por nada de eso. Evadió la muerte del todo porque dice que Dios se lo llevó. Ahora, la palabra utilizada para explicar el por qué Dios se lo llevó es la palabra “agradó a Dios”. Dice que porque “agradó a Dios”, fue llevado. Y enseguida el escritor aprovecha para hacer una tremenda aclaración. Hasta ahora la palabra había sido “aceptado”; Dios aceptaba el sacrificio de Abel, a Caín le prometió ser aceptado si haces esto y esto, pero acá dice que Enoc agradó a Dios. Y podría dar la impresión de que fue tan bueno que se ganó el cielo sin ver la muerte. Pero Dios aclara por medio de Hebreos que de lo que se trató nuevamente fue de la fe. La clave de la vida de Enoc no fueron sus obras sino su fe. Porque es imposible agradar a Dios sin fe, aclara Hebreos. Porque para empezar hay que creer que existe y que es galardonador de los que le buscan. Hay que estar convencidos de que El hará lo que ha prometido hacer y es Dios quien ha iniciado la cosa. Es Él quien se le revela a Enoc y le hace promesas y le invita a buscarle, y Enoc responde afirmativamente a dicha invitación. Dios quiere que Enoc camine en íntima comunión con El y Enoc acepta, convencido.
Noé creyó que llovería mucho, dice la Biblia en otro lugar. Y construyó su barco mucho antes de que cayera la primera gota, y eso salvó a su familia. Imagínense nada más el ridículo de Noé. ¡Traten de imaginar el ridículo! Un barco en tierra seca porque supuestamente va a llover mucho.
Ahora, no se queden con Noé, vayan a Abraham también. Imagínense el ridículo que hace Abraham al cambiarse el nombre a “padre de muchos” sin tener un solo hijo, porque Dios se lo había prometido. Y cada vez que Abraham entraba a la tienda por departamentos a comprar algo, gente se burlaría diciéndole al anciano “padre de muchos” ven acá y muéstranos a tus hijos. Ahí llegó “padre de muchos”, sin un hijo del cual presumir. Había creído tanto que Dios lo haría que había elegido ser llamado por quien aún no era. Y la fe hace eso.
Si Dios me prometió esto, yo lo voy a hacer, yo lo voy a creer y voy a vivir en correspondencia, aunque se burlen de mí. Aunque digan, ‘¿cómo es que en pleno siglo XXI, esta gente cree en un Dios invisible? Con todo lo que hemos aprendido y todo lo que hemos evolucionado, ¿aún creen que cuando oran algo les escucha? ¿Creen realmente que cuando oran en el nombre de Jesús alguien está escuchando?’.
La vida en carpas de Abraham, en casas de campaña, en sí misma es una metáfora. Este es el peregrino de peregrinos, y es una metáfora viviente porque representa a ese viajero que es el cristiano o cristiana que se dirige a un lugar permanente. Es interesante porque aun cuando Abraham vivió justo en la tierra que se le daría como herencia terrenal, Canaán, siguió viviendo en carpas. En un sentido llegó a la tierra que le habían prometido, ¿no? Era hora de construir una ciudad, era hora de hacer los cimientos y construir sólido y todo eso. Pero Abraham sigue viviendo en tiendas de campaña en Canaán, porque él estaba esperando una ciudad que no es de este mundo.
Y desde Abraham, virtualmente, cada uno de estos y estas que nos precedieron en vivir esa vida de fe, pusieron sus ojos en algo que este mundo no puede ni podrá ofrecernos. Ellos se reconocieron a sí mismos como gente que sólo está de paso por este mundo. Insatisfechos todo el tiempo, pero muy al tanto de la razón para sentirse insatisfechos. Es como tener hambre, comer y comer y nunca llenarte, comer y beber y decir ¿pero por qué sigo con esta sed? No he llegado, esto no es, este mundo no es. Este mundo es un desierto árido. En el mejor de los escenarios, el apetito de la gente que ha gustado de Dios, el apetito de la gente que ha experimentado que Dios dice la verdad; el apetito de la gente por las promesas de Dios ha sido para siempre alterado para bien.
La metáfora de las carpas de Abraham, aun cuando vivía en la tierra prometida, la que fluye leche y miel, dice volúmenes del anhelo y del apetito que había crecido en él y de la insatisfacción con las cosas que este mundo puede ofrecer. La promesa que Abraham había recibido de Dios y que esperaba ver cumplida era mucho más que la tierra de Canaán. ¡Este mundo no es! Por supuesto que hay promesas para este mundo, pero en comparación son ridículamente menos. Las promesas de Dios no son meramente para este mundo. Asimile eso bien. Este mundo no es. La promesa de Dios es mucho más alta. Por eso no nos sorprende lo inhospitalaria que es la vida de este lado de la eternidad. Vivimos en desiertos, vivimos en tiendas de campañas. Vamos sólo de paso. Tengas mucho dinero y seas millonario o no; tengas muchas cosas que de joven soñaste tener; tener un título, lograr esto, tener una familia de tantos nenes, al final cumples todo eso, y te quedas igual de vacío. Cinco campeonatos en cualquiera de las ligas profesionales, diez campeonatos, no llenan, no llenan. De hecho, la mejor traducción para peregrinos y extranjeros han dicho algunos es, “exiliados”. Somos como exiliados, viviendo en tiendas de campañas, como el refugiado, que ha sido forzado a salir de su hogar. Esa es la imagen, la metáfora bíblica de lo que es la vida en este planeta, aún de la persona que tenga lo mejor que este mundo tiene para ofrecer, un exiliado, un refugiado.
Así que no nos sorprende la dificultad, ni la sed, ni las tormentas de arena, ni el hambre, ni la sed, ni el quejido, ni mucho menos la continua decepción de la vida en carpas en el desierto. No nos sorprende. Nuestra carpa nos recuerda, con Abraham, que estamos en el exilio, como refugiados. Este mundo no es, y hemos aprendido a que no nos sorprenda la dificultad.
Por tanto Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de ellos. ¡Que increíble frase! ¿Qué está diciendo? Dios está orgulloso de esta gente. De que lo identifiquen a Dios con estas personas, al punto de que en lugar de llamarlo Jehovah, lo llamen el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob. ¿Por qué no se avergüenza? Porque estas personas lo desean a Él más que a ninguna otra cosa, experiencia o persona. Dios ha preparado una ciudad para ellos y ellos desean, más que ninguna otra cosa, esa ciudad. ¿Qué mueve a Dios a sentirse orgulloso de llevar tu nombre en Su nombre? Que lo desees a Él mismo y a su ciudad sobre lo que sea que este mundo tenga para ofrecerte.
¿Qué hace un padre sentir orgullo de ser llamado “padre de su hijo”? Cuando ese hijo hace exactamente lo que debe hacer, eso que es perfectamente bello hacer; desear a Dios más que a todo. Él merece ser deseado. Fe en Dios significa, dijo alguien, desear a Dios sobre todo. Estar insatisfecho con menos que Dios. Hay que pedir perdón por la facilidad con la que nos sentimos satisfechos con las cosas que este mundo ofrece. Hay que pedir perdón por eso.
Un misionero de la Alianza Cristiana y Misionera en la China, llamado Robert Jaffray, vino a mi atención en estos días. Murió en el 1945. Un gigante de Dios. Fue tan bueno en su trabajo y se encarnó tanto en su trabajo que aprendió el lenguaje de la China tan fluidamente que llamó la atención de la poderosa empresa norteamericana Standard Oil Company, la cual quería iniciar negocios en el país. Se dieron cuenta de la capacidad de Jaffray con el idioma y la cultura China, y decidieron contratarlo. Le ofrecieron un tremendo salario. Le escribieron, “esto salario ya es suyo, queremos que trabajes con nosotros”. Él no respondió. Ellos volvieron a escribir y le ofrecieron el doble del salario. Jaffray no respondió. Finalmente le escribieron esta nota: “Jaffray, at any price.” El respondió en una oración: “Su salario es muy grande, su trabajo es muy pequeño.”
Al igual que Jaffray, Moisés supo que hacia un gran negocio al poner a un lado la seductora, y debo añadir, inmediata pero pasajera, oferta de ser príncipe en Egipto a cambio del inigualable galardón prometido a los miembros del campamento del Mesías ubicado en el desierto. Y después de todo, fue nada menos que su fe la que informó su revolucionaria decisión.
Pr. Javier Gómez Marrero
Alianza Cristiana y Misionera La Cumbre
San Juan, Puerto Rico
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